
En Argentina desde que aumentó la participación de las mujeres en la política institucionalizada, se dio un fenómeno de incremento de prácticas machistas hacia las militantes de partidos políticos, organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles, legisladoras y/o funcionarias públicas. Los agravios, insultos y amenazas a las que son sometidas aquellas que asumen roles de representación social, militante y política deben ser llamados por su nombre: violencia política.
Desde el observatorio provincial de políticas de género, de IDEAL, realizamos una encuesta de carácter exploratorio, no probabilística, a través de un cuestionario auto administrado vía internet utilizando la técnica “bola de nieve”.
De 353 encuestades, el 98,9% afirmó haber sufrido violencia política a lo largo de su vida, encabezando la violencia simbólica con un 36,9%, seguida de la psicológica con un 29,3%, buscando así, deslegitimar mujeres por medio del uso de estereotipos de género que niegan su competencia y visibilidad en la esfera política.
Los ámbitos donde se produjeron, tienen mayor preponderancia en las actividades militantes (36,8%) y en el trabajo (28,3%). La investigación en género y organizaciones, ha encontrado que en la medida en que las mujeres entran a instituciones dominadas por hombres, la resistencia a su inclusión se mantiene, pero toma formas más sutiles con la finalidad de marginarlas y hacer su trabajo menos efectivo (As, 1978:17;Cockburn,1991:17). Diversas investigaciones en psicología sugieren que tanto hombres como mujeres pueden castigar a las mujeres que se comportan de manera contraria a los estereotipos, al aspirar a ocupar posiciones de liderazgo (Rudman y Phelan, 2008: 61) y califican a las mujeres líderes de manera negativa, incluso cuando tienen las mismas cualidades y niveles de desempeño que los hombres (Eagly y Karau, 2002: 573).
La violencia ejercida tiene un mayor porcentaje (35,5%) en personas del propio espacio político y un 26,3% en responsables políticos. Sociólogas han detallado como la sola presencia de las mujeres puede ser perturbadora para las practicas existentes en la vida política, porque la esfera pública se ha construido a partir de la exclusión de las mujeres, asumiendo que ellas, son muy visibles dada su posición de liderazgo, y, por tanto, son “invasoras especiales” (Puwar, 2004:13)

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