EL RUIDO Y EL ÁRBOL  
    

19 de enero de 2017 > Ejes de trabajo > Promoción Sociocomunitaria

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19 de enero de 2017 > Ejes de trabajo > Promoción Sociocomunitaria

EL RUIDO Y EL ÁRBOL

EL RUIDO Y EL ÁRBOL (El desafío de oírlo aunque no estemos allí, aunque no quieran que lo oigamos y aunque nos digan que allí no hay nadie)

Griselda Labbate

El humorista venezolano Emilio Lovera tiene en sus shows de stand up su caballito de batalla. Cuenta, de manera picaresca y sarcástica, el tour de un muerto por el infierno: un paseo de dos días en el que puede conocer todo lo que allí existe: fiestas, descanso, placer ilimitado. El alma errante, que se aburría inmensamente en el cielo monótono de su dios cristiano, arma sus petates y lo abandona. Baja, desesperado, a transcurrir la eternidad rodeado de la satisfacción perenne de sus más bajos instintos. Sin embargo, al llegar, nada es lo que había sido en su anterior paso fugaz: el trabajo es incansable, los agentes de Lucifer lo maltratan y castigan, no hay vicios ni diversión. Asombrado, acude al Diablo y reclama. Dice haber estado un fin de semana allí y que su experiencia nada había tenido que ver con lo que ahora debía vivir diariamente. El jefe de jefes lo mira confundido y le aclara: - ¿Acaso no conoce usted la diferencia entre ser un turista y ser un residente?

Esta divertida y dolorosa escena ficcional (el humor tiene esa magia que nos ayuda a mantenernos erguidos) puede ser un interesante disparador a la hora de analizar el lugar que ha ocupado la Patagonia recientemente en la prensa local. ¿En qué pensamos desde aquí, desde Buenos Aires, cuando pensamos en la Patagonia? Belleza. Inmensidad. Paseos. El Presidente de la Nación la elige para descansar, para desconectarse. Es un lugar mágico, casi irreal. Un lugar de paso: desde distintos lugares del globo, turistas van y vienen. Desde lejos, por momentos parece consolidarse la idea de que es un espacio virgen, impoluto, vacío. Esta percepción no es nueva, ni mucho menos inocente.

En los últimos años hemos sido testigos, en buena hora, de la puesta en discusión de conceptos que de tan arraigados, se encontraban tristemente naturalizados. Uno de ellos fue el de la Conquista del Desierto. Finalizando el siglo XIX, en marcha el proceso definitivo de organización del Estado Nacional, el presidente Nicolás Avellaneda impulsa la toma definitiva, por parte del poder central, de regiones que no se encontraban aún bajo el control directo del Estado en formación. Ello exigía, se argumentaba en esos años, definir de una manera concreta los límites con los países vecinos e incorporar tierras a esta República Argentina cuya nación, al parecer, era preexistente a todo este proceso. Al mismo tiempo, el comercio internacional estaba hambriento de producción primaria, en este caso lana, y, ¿cómo producirla en tierras donde nadie vive, en tierras vacías? Era menester no sólo avanzar sobre ellas, sino también, dividirlas, organizarlas y hacerlas productivas. El nombre que recibió esa ocupación intempestiva, fue acorde al argumento que se ha expuesto: siendo que el Ejército Nacional se asentaba sobre un lugar despoblado, recibió el nombre de Conquista del Desierto. Título tendencioso si lo hay: lo desértico remite a lo estéril, lo despoblado. Y la Patagonia no era estéril ni mucho menos despoblada: pero los frutos de su tierra eran deseados por sus ávidos exportadores, y para que ello sea posible, sus habitantes originales debían dejar de estar allí, o, si permanecían, hacerlo bajo nuevas reglas. Reproducir y fortalecer la idea de que era un lugar sin personas, apuntó a justificar la ocupación. En el siglo XIX, la lejanía de la región hacía más sencillo manipular la información. No obstante, el siglo siguiente sostuvo la insana costumbre.

No fueron los pueblos originarios patagónicos los únicos padecientes de este aislamiento realizado por la alianza del poder económico, político y mediático. Es claro que se apunta a toda manifestación desde los sectores populares que implique un obstáculo a la hora de consolidar los proyectos económicos que se intentan sostener. En esta línea intentaremos comprender los acontecimientos que tuvieron lugar en la región en los primeros años de la década de 1920, en el siglo pasado, y que provocan una gran controversia si pretendemos analizar la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen: los sucesos de la Patagonia Rebelde. Sin ánimos de repasar el conflicto completo, lo cual nos exigiría aumentar largamente la extensión de este artículo, es necesario presentar brevemente el contexto: sin cuestionamientos al modelo agroexportador y en pleno período de posguerra, el gobierno radical seguía impulsando la producción primaria, con una fuerte incidencia de los capitales extranjeros, no sólo en la importación y las finanzas, sino también en la posesión de frigoríficos y tierras. Al mismo tiempo y como contracara, desde hacía tres décadas se consolidaba en nuestro país un sólido movimiento obrero, impulsado principalmente por anarquistas traídos por la inmigración masiva. Esta inmigración, producto de la expulsión indirecta de pobres en Europa, pobló las tierras argentinas de desahuciados trabajadores, en su mayoría campesinos, que trajeron, entre sus pocas pertenencias, ideas de Bakunin y sueños de revolución.

La Patagonia no fue la excepción: ávida de brazos fuertes para la producción lanera, se pobló de hombres jóvenes trabajando en condiciones que rozaban la servidumbre. A la falta de alimentos y abrigo y la obligación de comprar sus propias velas se sumó una suspensión en los pagos en 1921, y estalló la huelga. Los dueños de las tierras exigieron desesperadamente al Poder Ejecutivo una solución inmediata. Hipólito Yrigoyen tuvo que tomar una decisión. Desde algunas perspectivas, había llegado al poder con un mensaje ambiguo: sus decisiones políticas favorecerían a todos. Ricos y pobres. Pero la frazada corta funciona de esa manera: tenía que elegir taparse los pies, o taparse la cabeza. En 1922, por orden del presidente, el coronel Héctor Varela ejerció una indiscriminada represión que acabó en el fusilamiento de decenas de huelguistas; el número es indeterminado, porque no se supo nunca. De todas maneras, ¿importaba? Si de todas maneras, la Patagonia estaba vacía.

Uno de los historiadores más expertos en el devenir del radicalismo, David Rock, destaca que el tratamiento que el Gobierno Nacional dio a estos sucesos fue muy distinto al dado a otros conflictos, también relacionados con la protesta obrera, en los cuales se tendió más al diálogo y la negociación. Rock afirma que, en el caso de la Patagonia Rebelde, Yrigoyen dio rienda suelta al Ejército para que actuara con libertad y exterminara a los huelguistas implacablemente, ya que daba por sentado que la lejanía de la región con Buenos Aires y la falta de medios de comunicación no implicaría para la imagen del gobierno un impacto negativo, sumado al hecho de que se trataba de Territorios Nacionales cuyos habitantes no sufragaban. Otra vez: los invisibles. Los que no están. Los que se pueden correr, llevar, traer, reprimir. Si se puede, se esconden. Si no se pueden esconder, se corren. Si no se pueden correr, se matan. Los que desde tan lejos, ni se ven.

Albergadora de múltiples recursos naturales, cuyo estrellato ha ido variando al ritmo de los cambios en la economía mundial, la tierra patagónica ha sido objeto de deseo de las manos privadas, nacionales e internacionales y de manera incansable, y sus sectores populares presentados tendenciosamente al resto del país como poblaciones pequeñas, perdidas y en los márgenes de la comunidad nacional. La represión ejercida sobre la comunidad mapuche Pu Lof en Chubut el pasado 11 de enero no hizo más que reforzar ese imaginario. Pero ese acallamiento directo y feroz por parte de las fuerzas de seguridad no opera solo: responde al proyecto de país que conduce este gobierno nacional, y la decisión de reprimir e invisibilizar apunta a concretarlo. Un país donde quede claro quien está protegido y quién no. Por si alguien osa poner en duda quiénes son los dueños de las tierras, las decisiones y las oportunidades, allí aparece la presencia del Estado en su expresión más represiva para recordarlo. De acuerdo a los medios masivos de comunicación, allí no pasó nada. Frente a lo que acontece, el silencio. Para la prensa hegemónica, no pasó, no están, no existen: la Patagonia está lejos, y sobretodo, vacía.

IDEAL QUILMES





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